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El viaje de mi vida

Hoy celebro que hace 10 años lo dejé todo, TO-DO, incluso a mí, al que fui, al que me estorbaba.

10 días me bastaron para hacerlo.

un 6 de julio a las 11 de la noche hice mi viaje, el antes y después de Chizo.

Me fui para dejarme lejos, para perderme, para vaciar por completo ese recipiente que de tan lleno que estaba, ya sólo derramaba las cosas.

Y en eso estaba, perdiéndome, vaciándome; y mientras lo hacía, miré paisajes impresionantes, me bañé en diferentes aguas, dormí como nunca, comí como dios, corrí hasta cansarme, lloré hasta secarme, canté gritando, bailé hasta amanecer, conocí a grandes personas y personajes, me llené de historias, me bebí la vida, toda, la mía, la que quedaba, sin testigos, sin nadie cabal que sepa todo lo que pasé. Fue narcótico. Fue mío.

Fui mío.

El mejor viaje que he hecho (hasta ahora) lo hice sin destino y sin planearlo, y la vida, caprichosa que es, tuvo que llevarme tan lejos para encontrarme con el más maravilloso de los universos, el que se lleva dentro.

En ese viaje, conocí a Lorena Lira, una de esas grandes personas que conocí y de la que nunca olvidaré aquellas palabras que me dijo mientras me tomaba una foto.

“Sonríe, eres libre”. Y tenía razón, lo era.

Lo soy.

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No te salves

No te salves

No te quedes inmóvil al borde del camino
No congeles el júbilo, no quieras con desgana
No te salves ahora ni nunca, no te salves
No te llenes de calma

No reserves del mundo solo un rincón tranquilo
No dejes caer los párpados pesados como juicios
No te quedes sin labios, no te duermas sin sueño
No te pienses sin sangre, no te juzgues sin tiempo

Pero, si pese a todo no puedes evitarlo
Y congelas el júbilo y quieres con desgana
Y te salvas ahora y te llenas de calma

Y reservas del mundo solo un rincón tranquilo
Y dejas caer los párpados pesados como juicios
Y te secas sin labios y te duermes sin sueño
Y te piensas sin sangre y te juzgas sin tiempo
Y te quedas inmóvil al borde del camino y te salvas

Entonces
No te quedes conmigo

Mario Benedetti.

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Un viaje hacia adentro.

Me tomó más de siete meses integrar el “viaje” de 5 Meo DMT que elegí experimentar. Que en este tiempo y espacio, duró quince minutos. Que en ese tiempo y espacio, fueron tres segundos.

Después de ese tiempo tan relativo, me doy cuenta que el viaje realmente no había empezado ahí. Llevaba diecisiete meses gestándose en un continuo abrir y cerrar de ojos. Cuando me cansé de mi vida de telenovela de bajo presupuesto y me propuse trabajar en mí.

La pandemia me encerró conmigo. "La soledad” me obligó a verme y darme cuenta que no sabía quién era. Me cuestionaba si era un copycat de las personas de mi vida. Me costaba trabajo identificar lo que me pertenecía versus aquello que había personificado para ser aceptada, valorada o querida.

Me busqué entre los retazos de una vida que se esfumó. En la cima de un volcán. En partículas de harina de trigo. Entre las ruedas de una bicicleta. En medio de una competencia de ciclismo. En las partituras del violín. En las asanas. En las playas más cercanas. En mi mente que no lograba meditar. En mis oraciones. En los platillos de una dieta balanceada. En las madrugadas de ayurveda. En posts de positivismo tóxico. En un chingo de podcast de autoayuda. En terapia psicológica. 

Terminé, sin recordar qué buscaba, en un viaje provocado por una sustancia proveniente del veneno de un sapo, o la molécula de Dios, como también se le conoce. Este químico que de forma natural se segrega al nacer y morir, en vida se experimenta como la muerte del ego. Claro que todo eso no tuvo sentido hasta después. Solo mi inconsciente abrumado con tanta actividad, me había llevado a esta experiencia porque en el fondo anhelaba saber qué carajos con mi vida.

A menudo pienso que el mundo debe de ser completamente diferente al que vemos, no sé por qué pensé que eso vería y le daría sentido a todo. Lo que no sabía es que no vería otro mundo, sino el mío.

El viaje psicodélico, en mi experiencia fue algo sencillo y rápido. Recuerdo haberme fundido con el humo que inhalé en menos de ocho segundos. Me fui a un limbo negro de líneas conversas rosas que generaban fractales. 

Lo demás fue luz, el sonido de los cuencos, las arpas y cantos. Percibí la realidad como capas de photoshop. Sentí mi respiración. Mis ojos se abrían y cerraban con voluntad propia. Me cuestioné si me había saltado el viaje, si recién empezaba o ya había acabado. Quería volver. Cerré los ojos y mi mente comenzó a hablar. Recuerdos de cosas llegaban a mi cabeza. Respire profundamente y sentí el sabor de la fumada en mi boca y garganta. Mi cuerpo se desvaneció de nuevo, una parte en esta realidad, otra en el infinito.

Tal vez el viaje ya había terminado y como me dijo la guía, era el ‘xix’ del final y tenía que asimilar lo vivido. Percibí mi cuerpo por el frío en las manos, y el hormigueo en las piernas. Un -¿Cómo estás?, me hizo saber que el viaje había terminado, pero como me diría antes de irme, todavía me quedaba por experimentar.

Salí sin palabras. Sin el estrés con el que había entrado. Sin preocupaciones. Me sentí como si me hubieran reseteado, borrado el historial y las cookies. Sin recuerdos de mi pasado y por lo tanto, sin apegos.

Continúe trabajando de manera funcional, sin la precipitación y ansiedad de siempre. Estaba feliz, ligera, la vida brillaba de nuevo. Un bonito recuerdo antes de la catarsis.

Desperté al siguiente día un poco desilusionada de no haber visto nada en mis sueños. Con la pila baja y sin el ímpetu del día anterior. Al acercarse la hora de mi clase comencé a sentir inconformidad, algo dentro de mí no quería tomarla. Pensé era consecuencia del desánimo con el que desperté, pero al iniciar la clase mi cuerpo repelaba y en mi cabeza resonaron unas preguntas.

- ¿Cuándo vas a escuchar tu voz?

- ¿Cuándo te vas a dar la oportunidad de aprender de ti misma?

Esta pregunta iba más allá de las enseñanzas de los maestros literales, sino, de los de vida. De permitir que decidan por mí. De buscar una guía. De hacer las cosas por rendir cuentas a alguien, por quedar bien, por ser la mejor y no porque en realidad me nacieran del fondo del corazón.

- Deja de conocerte a través del reflejo de otras personas. De buscar esos maestros de vida que a la mala te trajeron hasta aquí.

Fue un, llegaste. Te toca escucharte, ser tú y reencontrarte.

No los voy a aburrir con la lista de cosas que dejé de hacer o con las personas que se alejaron en el momento que me empecé a escuchar. Pero creanme que no me encontraba en las cosas que hacía, en las que sigo haciendo, en las que hago ahora, en las personas que se fueron o en las que llegaron a mi vida.

Me encontré en la incomodidad de conocer mis límites y ponerlos. En no ser condescendiente, agachona y queda bien. En hablar abiertamente lo que pienso y creo. En no encajar. En no cambiar para pertenecer o tener reconocimiento. En ver mi lado oscuro y aceptar que también soy esa persona.

En dejar de pretender ser la amiga incondicional. La novia perfecta. La líder, a la que hay que seguir. La familiar, que todo lo puede. La alumna, dedicada y sobresaliente. Ay no, dime tú, ¿cuál es la necesidad?

Pero bueno, en medio de tanta tribulación, comencé a reconocer el reflejo de mi espejo. Lo miré con ojos amorosos por primera vez.

Me di cuenta que a pesar de que es difícil comprar el viaje a nosotros mismos, y el camino nos da miedo, al único lugar al que quiero llegar en este hermoso viaje llamado vida, es a donde siempre me pueda encontrar.

Haru.

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La gramática de la fantasía

Dos sustantivos, un artículo y 23 preposiciones pueden dar origen al menos 56 títulos de historias imaginarias.

Así pues, con un par de palabras, roca y cenizas dan vida a: Las cenizas de la roca. La ceniza entre las rocas. Las cenizas sobre las rocas. Las cenizas para la roca. Las cenizas contra la roca. La roca de las cenizas. La roca entre las cenizas. La roca según las cenizas, así sucesivamente.

Cada versión, depende la mano, creará un relato con una visión única, mezcla de imaginario, fragmentos de recuerdos y tal vez un poco de realidad.

Diversas e infinitas como las historias que nos contamos en la mente día a día. Hiladas a la velocidad del pensamiento. Unidas a lo que vemos aquí y allá. Tejidas a nuestras emociones, creencias, prejuicios. Hilvanadas con un vocabulario completo y tal vez un poco de realidad.

Haru.

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Un atardecer cualquiera que no fue cualquiera.

Porque el miedo es así, primero se vive, después se trata de explicar.

Hace algunos ayeres tuve la oportunidad de estar en Oia, Grecia; un lugar esplendoroso que es famoso por tener una de las puestas de sol más privilegiadas (Sí, pareciera que el sol debería de ponerse igual en todos lados, pero no). Esa tarde, a punto de las seis de la tarde la gente se arremolina para atestiguar el tan ansiado evento, es realmente impresionante la cantidad de gente en los tejados de tan bonita ciudad, algunos presumen haber llegado hasta dos horas antes para buscar tener la mejor vista, porque un espectáculo así, merece tener el mejor palco. Finalmente sucede, a la hora de siempre sucede, sin falta sucede, el sol empieza a descender y los infinitos tonos rojizos empiezan a bañar todo el ambiente.

Me tomo el tiempo para ser testigo de tan hermoso paisaje, me conmociona, es una experiencia que enmudece al más elocuente. Después de unos cuantos minutos, por mera curiosidad volteo a observar el rostro de los demás testigos, quiero comprobar si todos los que estamos ahí, tenemos la misma cara de bobos. ¡Oh, sorpresa! Sí, pero no. Todos gesticulan diferente, unos ríen, otros lloran, unos no pueden cerrar la boca, otros no pueden abrir más los ojos. Y lo compruebo, estamos ahí, siendo tan distintos todos, sintiendo tan distinto todos.

El sol se pone y se va, lo hace todos los días y para los que estamos ahí, en ese preciso momento, en ese día, ese sol que es el mismo que sale mañana, nos tiene rendidos, iluminándonos los ojos, el rostro, el alma, poco más, no exagero. Y yo me conmuevo hasta el tuétano de comprobar que el mismo sol que nos ilumina a todos igual afuera, sea capaz de iluminarnos tan distinto adentro.

Chizo.

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Ser o no ser.

Todo comienza con una idea.

La cuestión en la que se nos va la vida.

Se nos va, en descubrir quiénes somos.

Se nos va, en intentar definirnos.

Se nos va en decidir, ser o no ser.

Se nos va, mientras le colocamos adjetivos calificativos y ocupaciones.

¿Quiénes somos si nos quitamos las etiquetas sociales, los roles que jugamos o lo que nos gusta hacer?

Una pregunta sin respuesta.

Porque sin todo aquello que pensamos que define nuestra esencia, no podemos evitar sentir que la vida se nos va.

Haru.

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El miedo al miedo.

Porque el miedo es así, primero se vive, después se trata de explicar.

Si corremos muy rápido nos podemos caer. Eso da miedo.

Saltar al vacío sin arnés. Eso da miedo.

Te van a castigar por desobediente. Eso da miedo.

Nadar a contracorriente te puede ahogar. Eso da miedo.

Elegir la carrera equivocada. Eso da miedo.

Pecar va a hacer que te vayas al infierno. Eso da miedo.

Enamorarse para que te rompan el corazón. Eso da miedo.

No cumplir con las expectativas. Eso da miedo.

Que te dejen de querer. Eso da miedo.

Irte sin saber a dónde. Eso da miedo.

Quedarte sin saber porqué. Eso da miedo.

Dejar de hacer lo que quieres hacer. Eso da miedo.

Equivocarse. Eso da miedo.

Llega un momento en la vida que uno se da cuenta que a lo que realmente nos enseñaron a tenerle miedo, es a tener miedo.

Porque el miedo es así, primero se vive, después se trata de explicar. Algunos teóricos aseguran que el miedo es un tipo de instinto que nos pone alerta en situaciones de peligro y justamente sirve para eso, para mantenernos a salvo. Y así vamos por la vida, huyéndole a lo que nos provoca miedo, justificando a modo de instinto, que es mejor estar a salvo. ¿A salvo de qué? De la vida misma probablemente, como si no fuera suficiente saber que no vamos a salir vivos de ella.

Chizo.

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